martes, 17 de junio de 2008

Cacerolazos, ¿expresión popular?


Estos cacerolazos no son expresión popular como los del 2001. Estos cacerolazos son expresiones destituyentes del poder de intervención del Estado en la economía, cargados de odio clasista, que piden "que se vaya cristina, montonera de mierda" o "Dios con el campo". Tengamos memoria, y tengamos vergüenza de cacerolear por la rentabilidad del campo (si es que alguno en esta ciudad lo hace por eso) al lado de los cartoneros que aún hoy necesitan justicia. Y la justicia significa mayor igualdad en la distribución del ingreso. El diálogo solo es posible si se respeta al Estado elegido por la soberanía popular como autoridad en la política económica, sin carga de resentimiento de clase media escondido. Y si no, intenten su revolución, si a Mirtha Legrand le deja de dar miedo esa palabra.

Ni con el gobierno K ni con la oligarquía. Pero con memoria, con consciencia de que hay que profundizar la distribución del ingreso, no volver hacia atrás.






"En el territorio más rico de la tierra vive un Pueblo pobre, mal nutrido y con salarios de hambre.
Hasta que los argentinos no recuperemos para la Nación y el Pueblo el dominio de nuestras riquezas, no seremos una Nación soberana ni un Pueblo feliz". Arturo Jauretche

"Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida: esos son los imprescindibles". Bertold Brecht

“Estos asuntos de economía y finanzas son tan simples que están al alcance de cualquier niño. Solo requieren saber sumar y restar. Cuando usted no entiende una cosa, pregunte hasta que la entienda. Si no la entiende es que están tratando de robarlo. Cuando usted entienda eso, ya habrá aprendido a defender la patria en el orden inmaterial de los conceptos económicos y financieros". Raúl Scalabrini Ortiz

"La juventud tiene su lucha, que es derribar a las oligarquías entregadoras, a los conductores que desorientan y a los intereses extraños que nos explotan". Arturo Jauretche

"La economía nunca ha sido libre: o la controla el Estado en beneficio del Pueblo o lo hacen los grandes consorcios en perjuicio de éste". Juan Domingo Perón


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Cacerola de teflon (I. Copani)

No te oí… En los días del silencio atronador.
No te oí junto a las madres del dolor,
no sonaste ni de lejos, por los chicos, por los viejos… olvidados.

No te oí… Puede ser que ya no estoy oyendo bien,
pero al borde de las rutas de Neuquén,
no te oí mientras mataban por la espalda a mi maestro.

Y entre nuestros cantos desaparecidos
yo jamás oí el sonido de tu tapa resistente,
que resiste comprender que hay tanta gente
que en sus pobres recipientes solo guarda una ilusión.

Cacerola de teflón, volvé al estante,
que la calle es de las ollas militantes…

Con valiente aroma de olla popular.
Cacerola de teflón, a los bazares,
o a sonar con los tambores militares…

Como tantas veces te escuché sonar.
No te oí… Cuando el ruido de las fábricas paró,
cuando abril su mar de lágrimas llenó.

No te oí con los parientes del diciembre adolescente… asfixiado
No te oí… Puede ser que mis oídos oigan mal,
pero no escuché en la exposición rural,
reclamar por el jornal de los peones yerbateros,
por la rentabilidad de los obreros,
por el tiempo venidero, por que venga para todos.

No te oí ni te oiré porque no hay modo
De juntar tu avaro codo con mi abierto corazón.
Cacerola de teflón, volvé al estante…
De los muebles de las casas elegantes
Que las cocineras te van a extrañar.

Cacerola de teflón, a los bazares
O a sonar en los conciertos liberales
Como tantas veces te escuché sonar.

No te oí … En el puente de Kosteki y Santillán
No te oí por el ingenio en Tucumán
No te oí en los desalojos, ni en los barrios inundados … de este lado.

No te oi… En la esquina de Rosario que estalló
cuando el angel de la bici se cayó…
Y sus ángeles pequeños se quedaron sin comida.

Y jamás te oí en la vida repicar desde acá abajo
por un joven sin trabajo, a la deriva.
Debe ser que desde arriba, desde los pisos más altos
no se ve nunca el espanto y las heridas.

Cacerola de teflón, volvé al estante…
Yo me quedo en una marcha de estudiantes
donde vos nunca supiste resonar.

Cacerola de teflón, a los bazares
O a llenarte de los más ricos manjares
Que en la calle no se suelen encontrar.

Cacerola de teflón andá a c…ocinar

miércoles, 28 de mayo de 2008

"Empecemos a discutir la derecha", por Nicolás Casullo



Imagen: Alberto Gentilcore


Derecha. Herencia de los asambleístas de 1789 en París. Palabra que muy pocos se asumen cabalmente hoy. Definición que ha perdido lares ideológicos. ¿Dónde empezar a buscar la derecha? ¿En la oposición al Gobierno? Por cierto. ¿En la interna del justicialismo? Sin duda. ¿Cómo repensarla en sus formas actuales? A partir del lockout del agro se vuelve a discutir ahora el tema de la derecha política e ideológica, frente a la “nueva nación agraria como reserva moral de la nación”, según ciertos medios golpistas, evocantes de añejas “reservas morales de la patria”.

Dilema enredado y a examinar, cuando la derecha no pretende ser, hoy en la Argentina y en otros países, un partido desde sus antiguas prosapias, o que busque un nuevo traje que la delate. Tampoco una programática que aparezca “contra alguien en especial”. Más bien una adopción para todos, que se yergue y aduce la desintegración de “anacronismos” basados en las vetustas ideas de “conflicto” político, de “intereses opuestos enfrentados”, de “lucha social”. La derecha es, desde hace años, activa: de avanzada. Es una permanente operatoria cultural de alto despliegue sobre la ciudadanía, como comienza a evidenciarse en nuestro caso con el apoyo de importantes sectores “al campo”.

La derecha en Occidente constituye un armado modernizante desde una opinión pública mediática expandida diariamente. Configura el reacomodamiento de un tardo capitalismo, camino hacia otro estado de masas, incluidos amplios segmentos progresistas conservadurizados. Operatoria que busca plantear el fin de las ideologías, el fin de las disputas de clase, el fin de las derechas y las izquierdas, precisamente como premisas disolventes de todo sentido de conciencia sobre lo que realmente sucede con la historia que se pisa. No azarosamente, crece desde que el dominio económico tuvo que endurecer y dividir el planeta, desde los ’80, entre perdedores y ganadores netos.

Lo mediático es hoy su gran operador: el espíritu de época encarnado, diría Hegel. Derecha como Sociedad Cultural que nos cuenta el itinerario de los procesos. Que coloca los referentes y las figuras, y decide cómo encuadrar lo que se tiene que ver y lo que no se tiene que ver. La derecha, desde esta operatividad cultural, es la disolvencia de lugares y memorias. Es un relato estrábico, como política despolitizadora a golpes de primeros planos y títulos sobreimpresos.

Un buen ejemplo de esto podría ser Eduardo Buzzi, representante de la Federación Agraria, que concita en su discurso todos los signos de la desintegración de lo ideológico. Del agrietamiento de lo que antecede a una historia, y también de lo que la proyectaría hacia adelante. Se sitúa en una zona propicia de un discurso post-político, magmático. En un no lugar, que en realidad es “el lugar” propicio. Todo se vuelve equivalente, decible, posicionante. Ex militante del PC, miembro de la CTA, ha aportado, sin embargo, con su voz la argamasa política clave en su alianza con Miguens y Llambías, para situar a la oligarquía agraria en el pico de sus aspiraciones como nunca en los últimos 50 años, en tanto histórico conglomerado de poder. A su vez –paralelo a las cacerolas antipopulares de Barrio Norte pidiendo la caída del gobierno–, Buzzi llegó a solicitar nada menos que la reestatización de YPF, se arrodilló devoto frente a la virgen campestre de la nueva “patria agraria”, y demandó, junto a las rutas, imitar lo que hacía Evo Morales en Bolivia, el líder indígena jaqueado por la sojera Santa Cruz de la Sierra, socia ideológica de nuestro agro alzado repartiendo escarapelas “por otro ordenamiento” que respete dividendos.

Un vaudeville bajo lógica mediática que precisamente suele alcanzar lo que se propone: trasmitir “una realidad nacional” en capítulos, indiferenciada, incorporable a la experiencia plateística donde “todo es posible de darse”. Donde nada es definido ni reconocible, ni da cuenta de algún sentido mayor. Un armado de situaciones a componer y recomponer bajo matriz teleteatral, cuyo objetivo es construir protagonistas esporádicos (como presencias “legalizadas por la cámara”) de corte contrainstitucional y antiinstitucional. Pulverizar desde pantalla –entre comicio y comicio nacional– toda posibilidad de “calidad institucional”, de representación institucional dada, a partir de intereses afectados en alianza con medios de masas primos hermanos.

El mundo en estado de derecha

Hace tres décadas, y a raíz del rotundo empuje con que se expandió la estrategia de la revolución conservadora, el francés Pierre Dommergues planteó lo siguiente: “Los neoconservadores se proponen una revolución cultural que destrone el actual régimen de partidos y deje atrás a los referentes sociales de la izquierda democrática. La lucha se dará en el campo cultural y de massmedia para un tiempo de reordenamiento de mercado donde desaparezcan las variables de izquierda y derecha como paradigmas de orientación social, en pos de limitar a las demandas democráticas y a los Estados de corte social. Se ofrece, como sustitución, un liberal conservadurismo y un liberal modernismo, que más allá de sus divergencias coincidan en la voluntad de imponer una nueva repartición de la riqueza, disciplinar a la mano de obra, descalificar toda política que se resista a este disciplinamiento y establecer una nueva forma de consenso. Es una amplia operación de reestructuración cultural de gobernabilidad para correr a la sociedad en su conjunto hacia la derecha, a través de un Partido del Orden Democrático. Es una nueva sociedad de la información para un nuevo tiempo moral”. Sin duda estamos discutiendo el abrumador éxito de esta profunda estrategia cultural, que tres décadas atrás fue estudiada para entender no solo qué sería la sociedad conservadora, sino, sobre todo, cómo esa batalla en el plano de las interpretaciones –desde la derecha política en EE.UU. y hacia el orbe– significaba invisibilizar este propio proceso resimbolizador para una nueva edad del sistema.

La revolución conservadora significó la permanente constitución de un nuevo sentido común, a partir de una inédita capacidad tecnoinformativa para generar estados de masas. Un fenómeno creciente y a la vista, que en 1989 le hizo decir al socialista Norberto Bobbio “A medida que las decisiones resultan cada vez de orden técnico mediático y cada vez menos políticas, ¿no es contradictorio pedir cada vez más democracia en una sociedad cada vez más tecnificada y privatizada en sus enunciaciones?”.

No se está por lo tanto frente a una conspiración imperialista. Ni frente a una entelequia de la CIA. Asistimos sí a una edad civilizatoria de éxito tecno-cultural de los poderes –de las derechas– sobre los desechos de una histórica izquierda que había predominado como conciencia mayoritaria de masas para la edad “del progreso social y de los pueblos” entre 1945 y 1980. Discutir la derecha en nuestro país es entonces debatir, en principio, no un partido ni una figura. Es desollar una cultura que se fue desplegando, supuestamente “fuera de la política”: en lo indiscernible de las posiciones. En cómo me compro una remera o miro al otro. Cultura común y silvestre, que recién se activa políticamente cuando las circunstancias de los dominios societales lo creen necesario. Puede ser con una nueva ley contra inmigrantes de la Unión Europea. O con la calidad de presunto terrorista a ser desaparecido en cualquier parte de USA. O con los millones de sin trabajo, sin papeles, sin escolaridad, que registran como abstractos “ciudadanos votantes” y se resisten a las falsas mesas “del consenso”. Sujetos que precisarían de una “salvación moral” a cargo de las clases pudientes que los rescate de ser acarreados como ganado. Cultura de derecha, que hospeda a las políticas de derecha.

La genética del mercado

Comenzar a explorar la derecha no es, en principio, fijar demasiada atención en Carrió, Macri, Reutemann, López Murphy o Scioli. Se trata, preferentemente, de visitar, antes, las maternidades de la criatura: nuestro diálogo cotidiano y familiar con el mundo de sus obstetras. Activar lo audiovisual hegemónico y de mayor audiencia. ¿Qué nos cuenta esa criatura? Veamos.

La historia: será siempre, por sobre todo, el hallazgo individual. El caso. Los antípodas de las masas como historia. La pobreza: una latente amenaza delictiva, un paisaje de miseria inalterable como tipología geográfica de “lo malo” en la ciudad. La cultura ajena al espectador. El hambre: algo que ya no tendría ideología ni biografía social, un ícono suelto en la vidriera para cualquier retórica del espinel político.

Lo policial: lo que debería incorporarse idealmente, como ortopedia, al núcleo familiar protegido. Un policía al lado mío. El Estado regulador, interventor, recaudador: un espacio ineficiente (ilegitimado), que “gasta mi dinero” y corrupto (por político). La política: un descrédito en manos de zánganos que podría existir como no existir para lo que hace falta. La nota policial: en tanto amedrentación y reclamo de seguridad, pasa a ser el verdadero estado social de la vieja política a cancelar. Lo que escapa a la “Ley y concordia” del mercado. Lo comunitario: una utopía solitaria entre yo, el negocio y “mi bolsillo” (tenga 100 pesos o mil hectáreas adentro). Lo nacional: un espacio a-histórico, siempre al borde del caos que sólo victimiza. Con habitantes nunca representados por nadie, solo por el foco de la cámara, y donde la única noticia es que la política ya ha fallado, siempre, antes de empezar. La nueva comunidad pos-solidaria es ahora una sociedad en tanto arquitectura de servicios que “me debe servir” con la eficiencia modélica de lo privado selecto. Ya no soy parte de la memoria de lo público, de los hospitales sociales y universidades políticas hoy en crisis, sino que me trasvestí en un cliente exigente del otro lado del mostrador. La libertad: el simple pasaje desde el “libre consumidor” al “libre sufragista” sin identidad, alabado por sin partido, por vaciado en cada elección, a punto de comprar algo “genuinamente” entrando al escaparate del cuarto oscuro. La gente: un “yo” sublimado, absuelto en tanto construcción narrativa. Una unidad personal “auténtica”, que representa un muchos en tanto estos muchos no se constituyan en otro tipo de “yo” (como sujeto político identificado), y permanezca como infinita clase media de “empleados” por el capitalismo, en una competitiva y ansiada igualdad de explotados. Lo sindical, lo popular, los desocupados: una realidad indiscernible de hombres de a “grupos”. Algo que debe vivir a distancia de mi vida y que “el Estado no atiende”. Seres organizados para algo que nunca se sabe. Imagen mítica en pantalla con palos y pasamontañas. No blancos, peligrosos en conjunto, dirigidos por vagos, punteros, jefes de barriadas y líderes pagados. Un otro cultural y existencial que como nunca, en la Argentina de la plenitud informativa y formativa, ha alcanzado casi el apogeo de una lucha cultural de clases de lo gorila sobre lo peronista, como un racismo no disimulado sobre lo popular, gremial y piquetero: universo de la negatividad política, del voto subnormal y de politizados a propinas.

Sobre este tablero mediático hegemónico, la nueva derecha, hoy como semilla de república agroconservadora, juega siempre de local. El trabajo del sentido común, de ver el mundo, le viene ya dado. Y desde ahí aspira ahora a convertirse en bloque social histórico, desde sus núcleos de neorrentistas, nuevos arrendatarios y bisoños inversionistas especuladores que le amplían sin duda el campo cultural de ciudadanía.



Fuente: Página 12, martes 27 de mayo de 2008

miércoles, 16 de abril de 2008

¿Qué clase(s) de lucha es la lucha del “campo”? por Eduardo Grüner

Hace mucho que quería escribir algo sobre este tan omnipresente conflicto en el marco de nuestra actualidad socio-política. Y leyendo el diario Página 12 de hoy, 16 de abril de 2008, me provocó subir a este espacio algo que difícilmente (por no ser del todo realista al decir "imposiblemente") pueda superar, o incluso compararse, un texto escrito por mí. Estoy hablando de una nota escrita por Eduardo Grüner, intelectual, sociólogo. profesor titular de Teoría Política II (Facultad de Ciencias Sociales- UBA) y de Sociología del Arte (Facultad de Filosofía y Letras -UBA) y ex vice-decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.

Sin más, aquí está su ensayo:




Por Eduardo Grüner

"No es, todavía, hora de “balances” más o menos definitivos. Sí de detener, por un momento, la ansiedad, y de ver dónde está parado cada uno. El que esto escribe está en contra de las medidas (sobredimensionadas, extorsivas, objetivamente reaccionarias, y actuadas en muchos casos con un discurso y una ideología proto-golpista, clasista y aun racista) tomadas fundamentalmente por uno de los sectores más concentrados de la clase dominante argentina en perjuicio de la inmensa mayoría. No es algo tan fácil de explicar brevemente. Hay que empezar por señalar una vez más los gravísimos “errores” cometidos por el Gobierno. Están, por descontado, los errores “tácticos” inmediatos: la desobediencia a los más elementales manuales de política que recomiendan dividir al adversario, y no unirlo (y ni qué hablar de, además, dividir el frente propio); o la torpeza de apoyarse en personajes un tanto atrabiliarios de los cuales se sabe que –por buenas o malas razones– van a caer “gordos” a la llamada “opinión pública”. Pero más acá de estos “errores”, están los que no son “errores tácticos”, sino opciones estratégicas: no profundizar en la medida necesaria las políticas (tributarias y otras) de redistribución del ingreso, utilizar buena parte de las (inauditas) reservas fiscales para seguir saldando la maldita deuda; renovar los contratos de ciertos medios de comunicación que, debería el Gobierno saberlo, más tarde o más temprano se le pondrán en contra (y aquí, como en muchos otros casos, se ve cómo una opción estratégica se transforma rápidamente en un error táctico), y que lo hicieron de la manera más desvergonzadamente interesada de las últimas décadas. Ninguna de estas opciones estratégicas son algo para reprocharle al Gobierno. Reprochárselas –al menos, de la manera en que lo ha hecho cierta “izquierda” dislocada o cierta intelectual(idad) bienpensante y ya ni siquiera “progre” que, pasándose de la raya, cruzó definitivamente la frontera hacia la derecha– sería, paradójicamente, hacerse demasiadas ilusiones sobre un Gobierno que en ningún momento prometió otra cosa que la continuidad del capitalismo tal como lo conocemos. Vale decir: un Gobierno propiamente “reformista-burgués”, como se decía en tiempos menos eufemísticos. La situación, pues, no puede ser juzgada sino por lo que realmente es: una puja (no “distributiva” sino) interna a lo que en aquellos tiempos pre-eufemísticos se llamaba la “clase dominante”.


El inmediato mal mayor

Pero, pero: un gobierno legítimamente electo por la mayoría no es directamente miembro de aquellas “clases dominantes”, aunque inevitablemente tienda a “actuar” sus intereses. Y, en un contexto en el que no está a la vista ni es razonable prever en lo inmediato una alternativa consistente y radicalmente diferente para la sociedad, no queda más remedio que enfrentar la desagradable responsabilidad de tomar posición, no “a favor” de tal o cual gobierno, pero sí, decididamente, en contra del avance también muy decidido de lo que sería mucho peor; y si alguien nos chicanea con que terminamos optando por el “mal menor”, no quedará más remedio que recontrachicanearlo exigiéndole que nos muestre dónde queda, aquí y ahora, el “bien” y su posible realización inmediata. Porque el peligro del mal “mayor” sí es inmediato. En estas últimas semanas se han condensado potencialidades regresivas que muchos ingenuos creían sepultadas por un cuarto de siglo de (bienvenido) funcionamiento formal de las instituciones. ¿Exageramos? Piénsese en los “síntomas”, “símbolos”, “indicadores”, y también, claro, hechos. Nunca en este cuarto de siglo la derecha (económica, social y cultural, y no solamente política) había ganado la calle con una “base de masas” tan importante –incluyendo, sí, a esos “pequeños productores” cuyas legítimas reivindicaciones fueron bastardeadas, incluso por ellos mismos, al rol de “mano de obra” de los grandes “dueños de la tierra”–, hasta el punto de transformarse en un verdadero movimiento social del cual mucho oiremos en adelante. No solamente la calle, sino también el aire: nunca antes había sido tan férreo el consenso “massmediático” para apoderarse del Verbo público –como lo dijo inspiradamente León Rozitchner– con el objeto de aturdir hasta el mínimo atisbo de un pensamiento autónomo, no digamos ya “crítico”. Nunca antes las cacerolas habían sido tan bien disfrazadas de diciembre de 2001 argentino cuando en verdad representan –en inesperado retorno a su auténtico “mito de origen”– un septiembre de 1973 chileno. Nunca antes había habido una tan oportuna coincidencia con un aniversario del 24 de marzo. Nunca antes había habido una tan puntual coincidencia con un meeting de lo más granado de la derecha internacional en Rosario. Y ya que de “internacionalismo” se trata, nunca antes había habido una coincidencia tan “contextual” con las avanzadas desestabilizadoras –obviamente fogoneadas desde mucho más al Norte– sobre las “novedades” –no importa ahora lo que se piense de cada una de ellas– sudamericanas, desde las aventuras bélicas de Uribe en la frontera ecuatoriana (y por refracción, venezolana) hasta la feroz ofensiva oligárquico-separatista contra Evo Morales. Nunca antes se había conseguido reimponer el insostenible mito de que es el “campo” lo que ha construido a la “patria” (en una nefasta época esa construcción, se decía, había estado a cargo del Ejército Argentino, que era, al igual que el “campo”, incluso anterior a la nación: una asociación inquietante), cuando, sin meternos con la historia, sabemos que hoy –lo acaba de demostrar impecablemente el economista Julio Sevares– su contribución al PBI es mínima. O el igual de anacrónico mito de que estamos ante una batalla épica entre el “campo” y la “industria”, cuando hace ya décadas que los intereses de esos dos sectores actualmente ultra-concentrados en anónimas sociedades multinacionales –que incluyen, y en lugar destacado, a la “industria cultural” y los medios– entrecruzan sus intereses de manera inextricable, bajo el comando de las grandes agroquímicas, los pools sembradores, o los trusts de exportación cerealera.

El odio de la burguesía

Y a propósito de esto último, que atañe a la estructura de clases en la Argentina actual, nunca antes –posiblemente desde el período 1946/55– se había desnudado de manera tan grosera y frontal la violencia (por ahora “discursiva”) de la ideología de odio clasista de la burguesía y también de cierto sector de la llamada “clase media”; es este odio visceral e incontrolable, y no alguna desinteresada defensa del mitificado “campo”, es ese clasismo-racismo, él sí “espontáneo”, el que constituye la verdadera motivación para participar en los “piquetes paquetes”, desentendiéndose de la “contradicción” de estar orgullosamente haciendo lo mismo contra lo cual putean cuando se les corta la huida por Figueroa Alcorta. Que nunca haya sido tan pertinente, pues, el análisis de clase para juzgar un conflicto, no significa ejercer ningún reduccionismo de clase: las “clases altas” y las “clases medias” no tienen, es obvio, los mismos intereses materiales inmediatos; pero en la Argentina hace ya muchísimo que las segundas subordinaron sus intereses materiales a largo plazo a su patética, servil, identificación con los de las primeras, y es por eso que tan a menudo han trabajado de “mano de obra” de ellas, y en las peores causas. No hace falta ser un sofisticado marxista para entenderlo: bastaría citar la diferencia elemental –que constituye el ABC de la más básica sociología “estructural-funcionalista”– entre grupo de pertenencia y grupo de referencia.

Se equivoca pues la primera mandataria al decir que lo que se juega en este conflicto nada tiene que ver con la lucha de clases. Una vez más, no cabe reprochárselo: ella es peronista, y por lo tanto lo cree sinceramente. El problema es que crea que basta creerlo (o desearlo) para que la cosa no exista. No advierte, tal vez, la paradoja –por otra parte perfectamente explicable por la propia historia del peronismo histórico– de que el Gobierno que ella preside, aunque en “última instancia” represente compleja y ambiguamente, y con algunos escarceos defensivos de la autonomía del Estado, los intereses estructurales de la “clase dominante”, para la ideología estrecha de esa clase dominante, que ha hecho tan buenos negocios en este último lustro, representa los intereses (¿habría que decir: “simbólicos”?) de las otras clases, y por lo tanto su gobierno es el chivo expiatorio del “odio de clase” en una época en que, por suerte, ya no pueden hacerse pogroms masivos ni aplicarse científicos planes de exterminio colectivo. La clase dominante argentina está desde siempre acostumbrada a no tolerar ni siquiera aquellos tímidos escarceos “autonomistas” por parte de ningún gobierno (por lo menos, de ninguno “civil” y legalmente elegido: porque sí toleraron la mucha “autonomía” estatal de que gozaron las dictaduras militares para aplicar sus políticas económicas tanto como represivas). Aquella famosa consigna setentista –“Y llora llora la puta oligarquía, porque se viene la tercera tiranía”– era, entre otras cosas menos defendible, una ironía sobre el sempiterno tic de la burguesía, consistente en calificar de “tiránico”, “autoritario” o “dictatorial” (aunque en estos tiempos posgramscianos se diga “hegemónico”, como si la hegemonía no fuera el objeto mismo de la política) a cualquier gobierno, sea cual fuere su política, que osara insinuar que algunas cositas menores las iba a decidir él. Aunque parezca inverosímil, los acusaron de “comunistas”, “socialistas”, “nazifascistas”, sólo porque intentaron tomar algunas decisiones que, sin ser claramente opuestas a los “intereses dominantes”, no representaban una obediencia automática y directa a los amos del Capital.


La lucha de clases

Nada muy diferente está sucediendo ahora: puesto que llevamos un cuarto de siglo de democracia institucional, es en nombre de esa misma “democracia” que se usan los mismos (des)calificativos contra este Gobierno, al que se identifica, disparatadamente, como la otra parte en la “lucha de clases”. Y tal vez la Presidenta, aunque oscuramente, intuya esto, y por ello se defiende de lo que toma como una “acusación”. Pero, lo lamentamos: la lucha de clases no existe, pero que la hay, la hay. Muchos “progres”, al igual que este Gobierno, creen que no la hay porque las masas populares no están movilizadas en una contraofensiva dirigida al avance de la derecha. Pero, primero: las clases dominantes también luchan: la aplicación sistemática, sea a punta de bayoneta o por políticas “pacíficas”, de la reconversión capitalista “neoliberal”, eso es lucha de clases, emprendida por la clase dominante contra las dominadas y sus aún magras conquistas anteriores. Como lo es claramente el mantener desabastecidos a los sectores populares, con su inevitable consecuencia inflacionaria (algo que, a decir verdad, viene ocurriendo indirectamente desde mucho antes, dadas las cuotas de exportación ayudadas por el dólar alto y el consiguiente desequilibrio entre oferta y demanda en el mercado interno). Segundo: si las masas populares están desmovilizadas, también es porque este Gobierno (y sobre todo todos los anteriores, si bien éste no ha hecho nada importante para subsanarlo, limitándose en este terreno a administrar lo ya acumulado) las ha desmovilizado, aun cuando en defensa propia le hubiera convenido, incluso con los riesgos que hubiera representado para un gobierno “reformista-burgués”, tenerlas a ellas en la calle antes que, pongamos, a D’Elía o Moyano (y se entenderá, suponemos, que con esos nombres estamos simplemente haciendo una taquigrafía, y no imputaciones a personas). Como no las ha movilizado, la ofensiva de clase de las fracciones más recalcitrantes de la burguesía fue contra su “adversario” visible, el Gobierno: otra, y para nada menor, opción estratégica transformada en error táctico.

En fin, no estamos –hay que ser claros– ante una batalla entre dos “modelos de país”; el modelo del Gobierno no es sustancialmente distinto al de la Sociedad Rural. Pero la derecha y sus adherentes ideológicos no toleran la más mínima diferencia de “estilo” con su modelo, del cual creen ser los únicos dueños, y sus primeros benefactores. ¿Tomar conciencia de ello hará que el Gobierno, aunque fuera “en defensa propia”, pergeñe un “modelo” diferente? No parece lo más probable. Tiene razón Alejandro Kaufman: todo esto no nos ha hecho pasar a la “gran política”; pero también es cierto que, bien jugada, podría ser la ocasión de al menos atisbar ese pasaje a una suerte de “gran relato” de la política. De que nuestros debates principales ya no sean (aunque por supuesto habrá que seguir haciéndolos, en otra perspectiva) las mentiras del Indec o el dinero de Santa Cruz emigrado a Suiza, sino los que atañen, efectivamente, al “modelo”, incluyendo un modelo integral y planificado a largo plazo para el “campo”. Pero si esta ofensiva de la derecha triunfa, esa ocasión se habrá perdido por décadas.

La legitimidad del Estado

En este relativamente nuevo contexto, no podemos quedar atrapados (otra vez, sin que haya dejado de ser necesario hacerlas también) en las discusiones sobre los detalles “técnicos” del conflicto. Hoy, ahora, el problema central ya no son (y tal vez nunca lo fueron en serio) las benditas “retenciones”. En un registro “puramente” económico –lo acaba de demostrar Ricardo Aronskind– ya se está discutiendo la renta a futuro del 20 por ciento de los “dueños” que controlan el 80 por ciento de la “tierra”, y no centralmente las retenciones actuales. Ya lo sabemos: ni el aumento de las retenciones móviles a las rentas extraordinarias del “campo” supone, no digamos ya una medida “confiscatoria” (¡¡!!), sino ninguna “pérdida” importante para un “campo” que nunca ha ganado tan extraordinariamente; ni, del otro lado, es estrictamente cierto que las retenciones sean una medida ampliamente “redistributiva” que vaya a mejorar decisivamente la brutal injusticia social que aún campea en la Argentina. Pero esto no significa que las retenciones (no, claro, por sí mismas, pero sí en la trama de una política nacional articulada que incluyera muchas otras medidas) no podrían y deberían contribuir a esa redistribución. Si la derecha gana, se habrá creado un peligroso antecedente de deslegitimación de la intervención del Estado en la economía, y esto impediría, o al menos obstaculizaría gravemente, que este Gobierno (si es que en algún momento reorienta sus opciones estratégicas) o cualquier otro futuro, sí utilizara las retenciones u otras medidas semejantes con fines redistributivos. Eso, en el mejor de los casos. En el peor, una parte nada despreciable de la sociedad argentina habrá completado un enorme e integral giro a la derecha del cual difícilmente habrá retorno. La situación obliga, a todo el que sienta una mínima responsabilidad ante aquella sociedad, a sentar con la mayor nitidez posible una posición. Insistamos: no necesariamente a favor del Gobierno, sino inequívocamente en contra de intentonas que a esta altura ya nadie puede dudar que son intencionalmente o no (pero más bien sí) “desestabilizadoras”, “golpistas”, “reaccionarias”. Los “golpes” ya no son hechos con tanques e infantería, pero no por eso han caducado: la especulación económica, la insidia mediática de las medias verdades y las enteras mentiras, la corrupción verbal de los epítetos clasistas y racistas, la confusión consciente de la parte con el todo –sea a favor o en contra del Gobierno o del “campo”– suelen tener un efecto más lento pero incomparablemente más profundo que los mucho más visibles uniformes con charreteras. El Gobierno deberá tomar cuidadosa nota de las “novedades” que se han producido. Y también, y sobre todo, deberemos hacerlo nosotros, los que –sin ser totalmente o siquiera en parte “pro-Gobierno”– no tenemos derecho a equivocarnos sobre dónde está el peligro mayor. Sobre dónde estará: porque esto –tregua o impasse o compás de espera, como se quiera llamarlo– recién empieza."







No podría agregar demasiado. Simplemente me gustaría señalar mi desacuerdo con quienes creen que una sociedad puede vivir en la completa armonía (sobre todo en el marco del sistema capitalista) y enfatizar sobre la realidad de que existe conflicto en toda sociedad y, de hecho, es inherente a ella.

A partir de ahí, creo que algún chispazo como este era necesario que desencadenara en un conflicto que desmintiera una idea falsa que había quedado implícita desde 2001: "piquete y cacerola, la lucha es una sola". Está más que claro que los intereses objetivamente opuestos entre la clase media y quienes viven sumidos en la pobreza se diferenciaron inmediatamente después de que esta clase media recuperara un nivel de vida digno, mientras que millones de argentinos seguían sin poder comer, sin lugar donde dormir y sin educación y salud dignas. Fue entonces cuando la pequeña burguesía tildó a los piqueteros de delincuentes porque, en el último medio de reclamo que les quedaba para hacerse presentes en la primera plana social, les cortaban las calles a la hora de ir a o volver de sus trabajos, bendición que esos otros (según su mirada) no tenían.
Ahora que los que reclaman son ellos, el "piquete blanco" representa una orgullosa lucha. Y aunque esto se tenga que remitir a otro texto futuro, es una mirada discriminatoria que ha sido defendida y difundida por las grandes empresas concentradas de comunicación.

jueves, 6 de marzo de 2008

Chávez: líder revolucionario





Seguramente, el solo hecho de escribir un texto sobre él sea de por sí polémico. Espero que eso genere interés a la hora de dejar algún comentario que invite a la reflexión. La idea de este escrito no es más que dejar planteada una posición personal y subjetiva sobre el Presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Hugo Chávez, basada, claro está, en hechos objetivos de su gobierno al frente de dicho país.

Es en este contexto que me atrevo a desafiar a quienes acusan a Chávez de autoritario, dictador y toda una sarta de difamaciones "gorilas" y anti-populares. Yo me pregunto qué tipo de dictador es capaz de llegar al poder dos veces seguidas gracias al voto popular y, es más, de someter sus proyectos más polémicos e incluso su propia renuncia a distintos referéndum, es decir, nuevamente la voluntad popular.

No hay duda de que Hugo Chávez es un líder populista, de los que no caen bien en el "imperio yanqui" ni, por supuesto, en las oligarquías nacionales que añoran sus tiempos de dominio plenipotenciario en materia ecónomica, o de las burguesías que ven amenazadas sus propiedades frente a lo que el mismo Presidente llama "el socialismo del siglo XXI". En relación con esto, me pregunto, entonces, qué tan ingenuos podemos ser para creerles a los medios más amigos de dichos grupos que, sin escrúpulos, simplifican lo que fue el proyecto de reforma constitucional para Venezuela, que incluía aspectos como la descentralización del poder y la cada vez mayor participación del pueblo en las decisiones de Estado, la recuperación de tierras en manos de terratenientes poderosos para dárselas al pueblo desposeído, en un intento de Chávez para "perpetuarse en el poder" porque UN artículo determinaba la reelección indefinida. Incluso, es un punto que da para un amplio debate: ¿de qué sirve mantener las formas republicanas si el contenido popular de la democracia no es satisfecho? ¿Por qué Chávez debería abandonar el poder si más de la mitad de la población de Venezuela deseara que siguiera? Creo que estamos perdiendo de vista nuestra defensa de la democracia como "la participación del pueblo" (la cual deberíamos, también, replantear y mucho alrededor de las responsabilidades de los ciudadanos para con el continuo perfeccionamiento que supone una democracia de masas).

Chávez es, hoy por hoy, quiérase o no, el más fiel representante de los ideales de justicia social, de educación (véanse Misiones Sociales), salud, comida y vivienda (véase Ley de Tierras) para un pueblo que ha sido durante décadas sometido a los designios de grupos poderosos con intereses ajenos a la Patria y la Nación venezolanas. El apoyo, entonces, es para el líder carismático que bajo la consigna de "revolución bolivariana" quiere un cambio a nivel "nacional y popular", un cambio de y para el pueblo, una nueva forma de entender el manejo del poder.

Solemos, también, escuchar críticas a la corrupción en el gobierno de Venezuela. Creo que ese es un grave problema a nivel de todos los Estados mundiales y no tiene que ver estrictamente con la administración Chávez, sino con un virus del capitalismo que a veces hace que muchos crean que el dinero es más importante que, incluso, la defensa de los ideales de lucha. ¿Por qué? Tan simple como que sólo a través del dinero se puede vivir dignamente.

Yo quiero, en tiempos de democracia, seguir creyendo en la posibilidad de una revolución democrática. Quiero confiar en la creciente participación de los pueblos en los distintos ámbitos de decisión para forjar así un destino conjunto y ser forjadores de su propio destino. Quiero creer que un día la voluntad popular impondrá y defenderá un sistema de justicia social por sobre la simple comodidad de la clase media, en vez de dejarle el poder a candidatos con presupuesto suficiente para financiar campañas más dignas de productos publicitarios que de decisiones políticas. No quiero que me cierren los caminos para convencerme de que la democracia no sirve, de que el pueblo nunca se levantará por su propio bien y de que "una revolución sin tiros es imposible". Y pensando en esto, veo en Chávez el primer paso hacia una Patria Grande latinoamericana democrática y socialista.

Probablemente vaya ampliando este texto a medida que lo considere oportuno en base a comentarios que reciba o nueva información que venga al caso. Y luego, ya habrá tiempo de discutir el enfrentamiento Uribe- Bush vs Latinoamérica. Pero eso merece un espacio aparte.


Un abrazo y será hasta la próxima.

jueves, 31 de enero de 2008

¿Tantas Universidades Nacionales?

Hace un tiempo "tinchera" escribía sobre la necesidad de descentralizar el país en materia educativa y laboral. Hoy nos encontramos con la creación de tres nuevas Universidades Nacionales (Universidad de Río Negro , Universidad de Chaco Austral y la Universidad de San Luis) y la idea de generar otras nuevas (Universidad Nacional del Noroeste Cordobés, Universidad Nacional de Río Tercero, Universidad Nacional de Avellaneda, Universidad Nacional del Oeste, Universidad Nacional de la Región Metropoloitana Norte, Universidad Nacional de Almirante Brown, Universidad Nacional de la Economía Social, Universidad Nacional de General San Martín y Universidad Nacional de San Ramón de la Nueva Orán). Es auspicioso el hecho de que se tome la educación tan en serio, pero ¿es esto realmente un paso adelante? Yo creo que no.

En las condiciones actuales en que se encuentran las Universidades Nacionales, crear nuevas es igual a seguir achicando los presupuestos a las ya existentes. Contamos con Universidades de gran nivel que pelean día a día por mantenerse funcionando, que se vienen abajo y que reclaman más presupuesto, al menos para pagarle a la gente que trabaja en ellas sin recibir ni un peso como remuneración. Creo que no hay que hacer ningún estudio demasiado profundo para entender qué provocaría esta avalancha de nuevas universidades. Es necesario que recuperemos y mantengamos el nivel de las que tenemos, antes de abrir nuevos problemas que en pocos meses no podremos mantener. Es bueno pensar en un sistema de Universidades Nacionales ligado a la ciencia y técnica en todos los confines de nuestro extenso país, pero hoy no es posible. Salvemos la gran educación en coma que tenemos, antes de liquidarla a cambio de educación deficiente y en malas condiciones en todo el país.

sábado, 22 de diciembre de 2007

No veo, no veo

Camino por Florida como una persona más, preocupado por realizar mis tareas del trabajo lo mejor posible, a un paso rápido, para no chocar, ni con el de adelante, ni con el de atrás, tratando de sincronizarme con esa masa, que se mueve y se mueve hacia adelante.
Florida es la escenografía de fondo de mis pensamientos, de la cual percibo la multitud, el ofrecimiento de cambio de moneda, de lugares para comer, de donde escucho un tango de Piazzola con retoques electrónicos, adaptado al caracter mecánico que por estos tiempos toma forma el ritmo de la ciudad y hasta un Papá Noel rapero con una letra músical alejada de la Navidad y cercana al hemisferio Sur.
Pero hay un elemento de esa escenografía que casi pasa desapercibido para la mayoría de los que transitamos esa calle: los chicos pidiendo limosna.
Yo soy uno más, no me engaño pensando que en ese momento es una de mis preocupaciones centrales, porque como para la gran mayoría eso ya forma del paisaje cotidiano, es algo casi invisible; sin embargo, por momentos doy vuelta la cabeza para ver que es lo que está pasando contra la vidriera de un banco o la de cualquier comercio. Abajo un chico de seis años toca en el acordeón el tema del momento, sucio, en un estado de evidente cansancio y aturdido. Dos cuadras más adelante, una chica de una edad cercana en el mismo estado de abandono, apoyada contra la pared del shopping llora desconsoladamente. Observo ese espectaculo fuerte mientras dura mi campo de visión en mi paso apurado, y con desconfianza me pregunto si esa chica ha sido obligada a llorar para despertar la compasión de los adultos, como si de verdad importara; como si estando en el mismo estado pero callada o intentado hacer alguna gracia como el chico del acordeón, no le sobraran motivos para estar enojada con el mundo y desahogarse en el llanto. Ese enojo con el mundo que de más grande será bronca traducida a la violencia; violencia contenida en su medio hostil y por tanto retroalimentada por otros tantos como ella, que pese a todo buscarán formas de mantener la dignidad juntando cartones, realizando trabajos duros o por el contrario, en la desesperación, el desconcierto y el resentimiento recurrir al robo.
Son esos chicos nacidos en una triste injustucia que nos duele, a los que de más grande llamaremos despectivamente según su color de piel (o de maneras más terribles), sin siquiera preguntarnos como llegaron a eso, porque a ellos le ha tocado ese destino privado de la posibilidad de elegir y sin preguntarnos que responsabilidad tenemos nosotros, al menos, a la hora de votar.
Es un tema trivial. No hay ninguna novedad en todo esto. Sin embargo, no por eso debe pasar a formar parte de la escenografía cotidiana como un elemento insignificante, que con el tiempo se transforme en invisible y nos deje de preocupar, porque de nosotros, como integrantes de esta sociedad, depende.

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Adonde termina General Paz

Muchos de mis compañeros de la facultad, como yo, son de provincia. Eligieron venir a estudiar a Buenos Aires por el nivel académico de las universidades y porque además, una vez terminados sus estudios, son concientes de la enorme cantidad de oportunidades que les puede brindar una ciudad grande. La semana pasada, hablando de nuestras vacaciones, me enteré del gran problema que tienen para visitar sus lugares: los precios desorbitantes de los pasajes y la cantidad de horas de viaje. Esto me hizo pensar en el país federal que asumimos como tal pero que en realidad no existe.
Para empezar, cada lugar tendría que tener cosas para ofrecer, que eviten que su gente se vaya, en busca de oportunidades. Cada vez hay más universidades en el interior, pero que sin embargo, su nivel académico, como su presupuesto se alejan mucho de los de las ciudades como Buenos Aires. En otros paises, no solo hay una distrubución más equitativa de los recursos para centros de estudios, sino que además, los centros de estudios de mayor jerarquía de determinadas especialidades están repartidos por el país, según las actividades llevadas a cabo en ese lugar. Las industrias desarrolladas pueden estar vinculadas a la geografía, a los recursos naturales o a políticas del Estado, para estimular la economía del lugar.
Si miramos el mapa de nuestro país, a lugares como Tierra del Fuego, a donde se desarrolla la industría de electrodomésticos y de electrónica por ser zona franca (politica del Estado), le correspondería una universidad especializada en la electrónica, que llegue a una nivel tal, que pese a las distancias congregue a estudiantes de todas partes del país. A los centros turísticos les correspondería instituciones dedicadas a la enseñanza de hotelería, gastronomía e idiomas adaptado al turismo. A lugares con campos fértiles y abundantes, universidades dedicadas a la agronomía y en especial, al biodisel. Y asi, en cada lugar según la actividad que se realice.
Interconectar al interior mediante una infraestructura de transporte es básico. Pensar un país en pleno siglo XXI con trenes que no superan los 80 km/h y que apenas llegan a una decena de destinos, es completamente retrogado. Los trenes deberían ser un medio que lleguen a cada uno de los puntos del país diariamente, que permitan un viaje cómodo, rápido y económico. De esta forma, todos estariamos más cerca del mundo que se desarrolla fuera de nuestros lugares y las economías regionales se verían beneficiadas por la eficiencia de distribución de sus productos, por el acceso a maquinaria y a materias primas y por los bajos costos de transporte.
El desarrollo de una red de trenes, además, despejaría las rutas de carabanas interminables de camiones y colectivos y ahorraría la preciada energía del petroleo.
Una infraestructura de transporte demandaría autopistas entre las grandes ciudades, vuelos internos a un costo que sea accesible y además, garantías de la seguridad de vuelo.
Un país autenticamente federal es posible, brindando oportunidades tanto laborales como formadoras en todos los rincones de la patría por igual, sustentadas por una completa y efectiva infraestructura de transporte.