sábado, 22 de diciembre de 2007

No veo, no veo

Camino por Florida como una persona más, preocupado por realizar mis tareas del trabajo lo mejor posible, a un paso rápido, para no chocar, ni con el de adelante, ni con el de atrás, tratando de sincronizarme con esa masa, que se mueve y se mueve hacia adelante.
Florida es la escenografía de fondo de mis pensamientos, de la cual percibo la multitud, el ofrecimiento de cambio de moneda, de lugares para comer, de donde escucho un tango de Piazzola con retoques electrónicos, adaptado al caracter mecánico que por estos tiempos toma forma el ritmo de la ciudad y hasta un Papá Noel rapero con una letra músical alejada de la Navidad y cercana al hemisferio Sur.
Pero hay un elemento de esa escenografía que casi pasa desapercibido para la mayoría de los que transitamos esa calle: los chicos pidiendo limosna.
Yo soy uno más, no me engaño pensando que en ese momento es una de mis preocupaciones centrales, porque como para la gran mayoría eso ya forma del paisaje cotidiano, es algo casi invisible; sin embargo, por momentos doy vuelta la cabeza para ver que es lo que está pasando contra la vidriera de un banco o la de cualquier comercio. Abajo un chico de seis años toca en el acordeón el tema del momento, sucio, en un estado de evidente cansancio y aturdido. Dos cuadras más adelante, una chica de una edad cercana en el mismo estado de abandono, apoyada contra la pared del shopping llora desconsoladamente. Observo ese espectaculo fuerte mientras dura mi campo de visión en mi paso apurado, y con desconfianza me pregunto si esa chica ha sido obligada a llorar para despertar la compasión de los adultos, como si de verdad importara; como si estando en el mismo estado pero callada o intentado hacer alguna gracia como el chico del acordeón, no le sobraran motivos para estar enojada con el mundo y desahogarse en el llanto. Ese enojo con el mundo que de más grande será bronca traducida a la violencia; violencia contenida en su medio hostil y por tanto retroalimentada por otros tantos como ella, que pese a todo buscarán formas de mantener la dignidad juntando cartones, realizando trabajos duros o por el contrario, en la desesperación, el desconcierto y el resentimiento recurrir al robo.
Son esos chicos nacidos en una triste injustucia que nos duele, a los que de más grande llamaremos despectivamente según su color de piel (o de maneras más terribles), sin siquiera preguntarnos como llegaron a eso, porque a ellos le ha tocado ese destino privado de la posibilidad de elegir y sin preguntarnos que responsabilidad tenemos nosotros, al menos, a la hora de votar.
Es un tema trivial. No hay ninguna novedad en todo esto. Sin embargo, no por eso debe pasar a formar parte de la escenografía cotidiana como un elemento insignificante, que con el tiempo se transforme en invisible y nos deje de preocupar, porque de nosotros, como integrantes de esta sociedad, depende.

2 comentarios:

Gualeguay dijo...

Hola te dejo mi blog:
http://gualeguayungranpueblo.blogspot.com
leelo y si tenes alguna nota sobre contaminacion mandamela y te la publico!

Nasha dijo...

Me gusto mucho tu texto ...
alguna vez escuche el llanto desesperado de un hombre q parecia ya nada terner por perder y senti la culpa de saber si podria haberle evitado algun dolor...
no pude reaccionar, nunca habia visto una escena tan triste y me dio bronca...
Muchas veces niños muy pequeños o mujeres y hombres de diferentes edades con diferentes discapacidades piden monedas... Si no tengo conmigo trato de ser amable e indiferente a las diferencias
si hay algo que duele mas que la situacion en la que se pueden encontrar es la discriminacion que reciben... totalmente injusta
son personas con todo lo que ello implica y la diferencia entre unos y otros solo es obra de la casualidad...
quiero a mi ciudad y a la gente que en ella vive
espero algun dia tener la posibilidad de cambiar algo desde mi lugar
suerte =)